lunes, 12 de julio de 2010

La ley interior

“El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”. La ley no es una norma meramente externa, impuesta al hombre desde fuera, sino que es algo muy íntimo, grabado en el corazón por inspiración de Dios. Ezequiel habla de que Dios va a derramar su Espíritu para renovar el corazón del hombre y capacitarlo para que cumpla fácilmente la Ley (Ez 36, 26- 27).

Esta interiorización de la ley y esta renovación interior, anunciadas por el Antiguo Testamento, tendrán su cumplimiento en la nueva alianza con la efusión del Espíritu Santo, quien se convierte en principio y motivación interior de la vida de los cristianos (Rom 5.5;8,14).

Cuando buscamos a Dios nuestro corazón vive, apelamos a la compasión de Dios, Él nos da la vida, así nos invita a saborearlo (“Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón”). Cuando vivimos desde el interior no podemos pasar de largo ante el dolor humano. Dios nos ha dado su imagen en el ser humano, en el más cercano, éste es el que nos acerca a la trascendencia.

En el Evangelio, Jesús no habla del hombre en general, sino de un hombre concreto e indigente; no habla si era judío, gentil o samaritano… era un hombre que necesitaba ser atendido.

¿Por qué pasan de largo el sacerdote y el levita? Ellos desarrollan su vida cerca del templo, y por tanto en supuesto contacto con las cosas de Dios, ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo. Si lo hacen así es probablemente porque piensan que aquel hombre podía estar muerto.

La ley sentenciaba que el contacto con un cadáver dejaba impuro a quien lo tocase y, por tanto, inhabilitado para participar en el culto, algo dramático para quien estaba dedicado precisamente al culto (Nm 5,2-3). Esos dos hombres cumplen la ley pero no la misericordia. Su cercanía a Dios no les ayuda a acercarse a quien los necesita.

El samaritano, en cambio, al que ningún judío hubiese considerado jamás como prójimo suyo, actúa con una lógica distinta. También él conoce la ley pero cuando “ve” al herido, percibe su dolor y la Ley toca su interior, ya no se aleja de él. Su corazón, movido por la compasión le conduce a una solidaridad impresionante, es un hombre concreto, ve sus necesidades y actúa a favor de él.

Podemos preguntarnos: ¿quién es mi prójimo? Cualquier persona que necesita mi ayuda, aunque no le conozca, independientemente de su raza, su lengua o su religión.

No basta con saberlo, hay que “aproximarnos” a ellos para practicar la misericordia.

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