domingo, 4 de octubre de 2015

Los beneficios de la migración son cuestionables

Un grupo de refugiados que viaja a Suecia espera en la estación central de Lübeck, Alemania, el 8 de septiembre del 2015.


El cosmopolitismo es incompatible con nuestra organización en jurisdicciones territoriales. Yo soy hijo de refugiados. Mis padres vinieron al Reino Unido para escapar de Hitler. Su llegada al RU les salvó la vida. Es imposible imaginar patriotas más apasionados que ellos. Por lo tanto, no es de extrañar que yo crea que Europa tiene la obligación moral de proteger a los refugiados. Pero ¿qué se debería considerar acerca de la inmigración en términos más generales?
La globalización no sólo se aplica a los bienes, a los servicios y al capital. También se aplica a las personas. Los países de altos ingresos no sólo son más ricos, sino también menos corruptos y más estables que otros. Nada es menos sorprendente que el deseo de emigrar al occidente.
Sin embargo, poco es más controversial. La migración es el punto de referencia del populismo derechista. Consideremos como ejemplo a individuos como Nigel Farage, Marine Le Pen o Donald Trump.
Algunas personas argumentan que las diferencias en los salarios reales a nivel mundial son las distorsiones económicas más significativas de todas. El traslado de personas, dicen, debe ser considerado igual al comercio; la humanidad se beneficiaría de la eliminación de barreras. El movimiento de personas podría ser de enormes proporciones y el impacto en las economías de altos ingresos — con sólo una séptima parte de la población mundial — sería proporcionalmente monumental. Pero maximizaría la riqueza.
Sin embargo, tal cosmopolitismo es incompatible con la organización de nuestras políticas en jurisdicciones territoriales autónomas. También es incompatible con el derecho de los ciudadanos a decidir quién puede compartir los beneficios de vivir junto a ellos.
Si los países tienen derecho a controlar la inmigración, el criterio que se aplica a la inmigración se convierte en los beneficios que representan para los ciudadanos existentes y sus descendientes. Los beneficios para los inmigrantes potenciales, los cuales constituyen la mayor parte de los generados por la migración, cuentan menos.
Entonces ¿cuáles son los beneficios de la inmigración para los ciudadanos y sus descendientes? Los argumentos se dividen en los relacionadas con las cantidades y, más importante aún, en los relacionadas con las características discrepantes.
¿Es importante aumentar la población? La respuesta sin duda es que no. Simplemente aumentar la población de un pequeño y próspero país, como Dinamarca, no mejoraría la calidad de vida de sus ciudadanos. Pero sí generaría inevitablemente considerables costos de inversión y de superpoblación. El único argumento en pro de la cantidad de personas puede ser que reduce el costo de la defensa.
El argumento no debe basarse en las cantidades, sino en las características de los inmigrantes. Por esto, los defensores de los beneficios de la inmigración a gran escala argumentan que los inmigrantes son más jóvenes, son más baratos en términos de salario, están más motivados y son valiosamente diferentes. Los opositores contraargumentan que los jóvenes también envejecen, y que la diversidad trae tanto desventajas como ventajas.
Los inmigrantes son, de hecho, relativamente jóvenes. La inmigración pronto será la única fuente de crecimiento de la población de la UE. Durante los últimos 10 años, los inmigrantes representaron el 47 por ciento del aumento de la fuerza laboral en EEUU y el 70 por ciento en Europa, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Esto no es sorprendente, ya que la tasa de crecimiento natural ha estado disminuyendo en los países de altos ingresos durante décadas.
Por lo tanto los inmigrantes reducen la proporción entre las personas jubiladas y las que están en edad de trabajar (tasa de dependencia de la vejez). Sin embargo, el impacto sobre la dependencia, al menos con los niveles actuales de inmigración, es modesto. Para reducirlo sustancialmente se requieren enormes cantidades de inmigrantes. En 2014, había 29 dependientes de 65 años y más por cada 100 personas en edad de trabajar. Según la ONU, para mantener esta relación por debajo de un tercio se requeriría la inmigración de 154 millones de personas entre 1995 y 2050, y muchas más a partir de entonces: después de todo, los inmigrantes también envejecen.
En consecuencia, una gran reducción en las tasas de dependencia exige enormes flujos migratorios. Se pudiera argumentar que un continente con tan pocos niños debiera aceptar una transformación tal de su población. Consideremos otros posibles impactos económicos. La OCDE observó el impacto fiscal de las oleadas acumulativas de migración en los países miembros durante los últimos 50 años, y concluyó que era, en promedio, aproximadamente de cero. El impacto depende de la habilidad y de otras características de los inmigrantes y de la flexibilidad de los mercados laborales. Lo mismo puede decirse de otros impactos de los inmigrantes: ¿complementan a los trabajadores actuales o los sustituyen?; y, si los sustituyen, ¿a quiénes?
Entonces, ¿qué se puede decir sobre el impacto económico? En primer lugar, la inmigración necesaria para lograr efectos significativos, en particular sobre las cargas de dependencia, sería de enormes proporciones. En segundo lugar, la inmigración tiene un impacto importante sobre las necesidades de inversión (en vivienda y otra infraestructura) y sobre la congestión, particularmente en los países que ya están densamente poblados — aunque estos tipos de impacto son similares a los ocasionados por el aumento natural.
Por último, los principales beneficiarios son siempre los mismos inmigrantes.
Sin embargo, la migración no se trata tan sólo de la economía. Los inmigrantes son personas. Ellos traen a sus familias, por ejemplo. Con el paso del tiempo, la inmigración a gran escala va a transformar a las culturas de los países receptores de una manera compleja.
Los inmigrantes aportan diversidad y dinamismo cultural. Al mismo tiempo, como señaló el ganador del premio Nobel Thomas Schelling, pudiera surgir naturalmente una segregación sustancial. Las personas podrían vivir totalmente separadas, sin tener muchas lealtades compartidas.
La inmigración conlleva efectos económicos. Pero también afecta a los valores actuales y futuros de un país, incluyendo su preocupación en relación con los extranjeros. La gente puede legítimamente diferir en relación con las políticas correctas.
Nuestros países no terminarán estando ni totalmente cerrados ni totalmente abiertos. Encontrar el equilibrio es difícil. Y, al tratar de lograrlo, es perfectamente razonable que los países argumenten que sus propios ciudadanos siempre son lo más importante.

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