lunes, 7 de mayo de 2012

Muerte de una madre trastorna vida familiar


La muerte de una embarazada o una mujer durante el proceso de parto o postparto encierra un trágico drama donde no sólo se pierde una vida, sino que con frecuencia se destruye una familia. Las historias que hay detrás de cada madre que muere son muchas; LISTÍN DIARIO ha rescatado dos de ellas.
De acuerdo a las estadísticas oficiales, el año pasado se registraron en el país 173 muertes maternas, 31 menos que en el 2010, cuando se reportaron 204.
En República Dominicana se estima que cada año hay un promedio de 205,000 nacimientos en los establecimientos públicos, un número menor a nivel privado, pero se carece de estadísticas al respecto. La tasa promedio de fecundidad es de 2.4 hijos por mujer.
Desde enero hasta la última semana de abril, se habían notificado 34 muertes maternas, mientras el año pasado a esa misma semana se habían registrado 43, una reducción de cerca de un 26%.
De acuerdo a Endesa 2007, la mortalidad materna en el país rondaba hasta ese entonces las 159 muertes por cada 100 mil nacidos vivos. Hoy las autoridades la ubican en alrededor de 100 por 100 mil nacidos vivos. 
Caso de hermanos separados tras muerte de su madre
Ángel tiene un año y ocho meses de nacido y no sabe lo que es haber sido amamantado. Su madre murió durante el proceso del parto que le dio la vida. Tampoco sabe qué se siente despertarse y jugar con hermanos, ya que inmediatamente ocurrió el hecho, su hermanita Rosaury, de  ocho años, pasó a ser criada por sus abuelos paternos, mientras él se quedó con los maternos.
 Para don Felipe de León y doña Mercedes Payano, la muerte de su primera hija en común representó un triple golpe que aún no superan. A su edad, 65 años, don Felipe dice que no sólo perdieron parte de su vida y del sustento, sino que se  convirtieron en padres de un recién nacido, que le ha hecho volver a vivir experiencias ya olvidadas.
En su humilde casa, ubicada en la comunidad de Don Juan, en Monte Plata, los padres recuerdan con pesar lo que vivieron aquel 28 de agosto de 2010. Narran que su hija Bélgica, de 32 años, vivía en Haina, desde donde iba a la universidad a cursar su último semestre de enfermería y acudía diariamente al Cecanot, donde laboraba.
Su amiga, y casi hermana, Sorangel Disla sabe que Bélgica se hacía periódicamente sus chequeos prenatales, cuyo embarazo cursó sin contratiempo. Se trataba con la doctora que le atendió su primer embarazo en una clínica de Haina.  Cursaba entre 36 y 37 semanas de gestación, y fue llevada un miércoles al médico porque sintió contracciones, le hicieron estudios y salió con bilirrubina alta, y la despacharon con el encargo de tomar mucha agua.
 El jueves volvió al médico, porque seguía mal, y fue ingresada. Le estaban controlando las contracciones porque supuestamente el niño no estaba de tiempo con un medicamento que le producía taquicardia.
Dice Sorangel Disla que, al seguir con contracciones,  en la madrugada del sábado la llevaron a quirófano para hacerle una cesárea, de donde salió inconsciente, conectada a un ventilador, y con diagnóstico de preeclampsia, sin nunca haber sufrido de hipertensión. “Todo pasó en el quirófano”, afirma Sorangel, mientras don Felipe asegura que la familia no quiere acusar a nadie, porque entiende que la muerte de su hija ocurrió porque Dios así lo dispuso.
El padre de Ángel no vive en el país, por lo que con un trabajo de chiripero en el Ayuntamiento, don Felipe, ha tratado de llevar el sustento al bebé que se ha convertido en el mejor recuerdo  de su hija.
Dice que aunque la otra hija de Bélgica no vive con ellos, trata que por lo menos dos o tres veces al año se vean. “Ellos se quieren muchísimo”, señaló con ojos llorosos, mientras mostraba las fotos de su hija.
Doña Mercedes dice que al principio no fue fácil, porque despertaba muchas veces en la noche, y que todavía a las 5:00 de la mañana hay que tenerle listo su primer biberón. “A veces me lo llevo para la cama a ver si se queda otro ratito”, cuenta, mientras trata de que el niño, sentado en su pierna, se coma una cucharada de arroz y habichuela que le había servido.  
“Reaccioné y decidí, por mis tres hijos, no tirar la toalla”
Carlos Méndez, tiene 40 años, perdió su esposa hace cinco, justo en el momento en que trajo al mundo a Cristian, el más pequeño de sus tres retoños que hoy tienen 11, nueve y cinco años. Quedó solo con la crianza de sus tres hijos. El recién nacido fue amamantado por una  hermana suya  que recientemente se había convertido en madre.
Hasta los 10 meses estuvo al cuidado de la tía, pero superada esa edad, Carlos lo retornó al seno familiar “porque siempre he entendido que los hermanos se tienen que criar juntos”.
Hoy Carla cursa el sexto de básica y estudia inglés; Carlos Eduardo está en cuarto, y el pequeño Cristian  Ariel, en kínder.
El padre cuenta con detalles todo lo que ha pasado desde la muerte de su esposa María, de 33 años, sin ningún tipo de tapujos delante de los niños, porque desde el primer momento tomó la decisión de no ocultarles nada y hacerle ver la realidad, lo cual han asimilado.  Al momento de la entrevista los niños disfrutaban y reían con alegría mientras mostraban el álbum familiar, donde en la mayoría de las fotos figuraba la madre con una luminosa sonrisa.
Cuenta que su vida no ha sido fácil, y que ha llorado mucho, pero que durante los primeros 15 días que siguieron a la muerte de su esposa, ocurrida el 21 de febrero de 2007, a pocas horas después del parto y con un diagnóstico de preeclampsia o hipertensión que no dejó opciones a los médicos, tomó la decisión de no dejarse derrotar. “Dije que no iba a tirar la toalla porque mis hijos dependían de mí”.
Para Carlos Eduardo, que tenía cuatro años entonces y era muy apegado a su madre, ha tenido que buscar apoyo psicológico. Sobre Cristian, señaló, todavía no entiende lo ocurrido; para él todavía, muchas mujeres son su madre.
“Pienso que Dios desde un principio supo hacer muy bien  las cosas; ella era psicóloga y trabajaba en una zona franca, con horario de entrada a las 7:00 de la mañana, por lo que desde siempre era yo quien me encargaba de despertar los niños, cambiarlos y llevarlos al colegio; era una rutina que hacía siempre y la sigo haciendo”, cuenta.
Reconoce, no obstante, que la madre en el hogar es una columna insustituible, por lo que trata de pasar mucho tiempo con sus hijos, darles mucho afecto y repartirlo de forma equilibrada.
Su historia
María y Carlos se conocieron en la iglesia cristiana a la cual pertenece y lleva dos veces a la semana a sus hijos. Dice que el apoyo recibido allí ha sido su mayor fortaleza. “Sin Dios en mi corazón y mis amigos de la iglesia me hubiese sido muy difícil; quizás me hubiese sumido en el alcohol y la calle”.
Hasta finales del año pasado, Carlos, mercadólogo, confiesa que estaba renuente a casarse, pero sus  hermanos de la iglesia y la propia Biblia hablan de ello, por lo que decidió iniciar una relación con una persona, también de la iglesia, y aunque no se han casado, se contempla esa posibilidad.
Recuerda que el embarazo de su esposa cursó bien hasta los cuatro meses, pero a partir de ahí empezó a registrar problemas. “
Ella sabía los riesgos que corría, pero yo no, quizás me lo ocultó para que yo no me preocupara; me enteré de eso después de su muerte. No fue negligencia, aunque en su momento sus hermanos lo dijeron”, señala.
Tenían nueve años casados y recuerda a su esposa como una persona alegre, que estaba riéndose todo el tiempo.  Dice que quiere escribir un libro sobre paternidad responsable, y que en la iglesia siempre le buscan para hablar con personas que están pasando por su misma situación.  

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