miércoles, 15 de febrero de 2012

Historia de un naufragio

SANTO DOMINGO - Había unas 70 personas a bordo y todas sabían que la rudimentaria lancha estaba sobrecargada. Pero la esperanza de llegar a Puerto Rico sin permiso migratorio era más fuerte que el miedo al mar. Quizás nunca imaginaron que sólo unos pocos sobrevivirían.

Apenas dos horas después de zarpar de entre apartados manglares en la oscuridad de la noche y bajo una ligera, pero pertinaz llovizna, algunos de los viajeros notaron que la fibra de vidrio de la lancha de apenas unos 38 pies de eslora estaba despegada de la madera.

Aunque pidieron al capitán volver a la costa, ya era tarde; dos grandes olas inundaron la pequeña embarcación repleta de inmigrantes clandestinos, muchos de ellos sin saber nadar, todos sin salvavidas y, como ocurre en los viajes similares, sin ninguna protección.

"Todos mundo gritaba, pero estábamos muy lejos, nadie nos iba a escuchar", narró Luis Cortorreal, al recordar que en el momento del naufragio, la madrugada del 4 de febrero, aún podía ver las luces de los hoteles de la turística península de Samaná, en el noreste de República Dominicana.

Otros, como Franklin Santos, intentaron infructuosamente sacar el agua de la lancha, usando latas vacías, pero cada ola fracturaba aún más la yola, como llaman los dominicanos a las lanchas fabricadas de forma artesanal casi exclusivamente para las travesías clandestinas al territorio estadounidense de Puerto Rico.

"Dios mes puso ahí esa lata", aseguró Santos, un vendedor de autos usados de 35 años y miembro de una iglesia evangélica en su natal San Francisco de Macorís. Aunque la lata de cinco litros no sirvió para desaguar la lancha, que ya comenzaba a hundirse, sí le ayudó a flotar una vez en el mar.

Santos, quien vivió sin permiso migratorio en Nueva York ocho años, narró cómo los viajeros peleaban entre sí para aferrarse a algún contenedor de gasolina y usarlo como flotador.

El capitán de la lancha llevaba entre 12 y 14 contenedores de gasolina como reserva para el viaje de unas 36 horas que toma el recorrido de 265 kilómetros desde la bahía de Samaná a Puerto Rico y que incluyen las peligrosas corrientes del canal de La Mona. La gasolina no fue utilizada, pero los recipientes sirvieron para que un puñado de viajeros salvara sus vidas.

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