viernes, 16 de julio de 2010

Herederos del don de amar

“Un hombre bajaba de Jarabacoa a La Vega en su motorcito. Por el camino tropezó con unos asaltantes que lo hirieron, le quitaron lo que llevaba y se fueron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por la carretera también un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Lo mismo un ministro: llegó al lugar, lo vio, y pasó de largo.

Un extranjero a quien en el pueblo consideraban un enemigo llegó donde estaba, lo vio y se compadeció de él. Le curó las heridas y se las vendó. Después lo montó en su carro, lo llevó a un hotel y lo cuidó. Al día siguiente sacó mil pesos, se los dio al dueño del hotel y le encargó: Cuídalo, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta.

¿Quién de los tres se portó como un hermano del que cayó en manos de los asaltantes...?”.

Como se habrá dado cuenta sólo he “traducido” al dominicano la parábola del buen samaritano.

¿Qué respondería usted a la pregunta que hizo Jesús? Estoy seguro de que diría: “El que se compadeció, el que lo ayudó”.

“Pues ve tú y haz lo mismo”, dijo Jesús.

Es decir, que si vemos a una persona necesitada, debemos tener compasión y ayudarla, incluso si fuera enemigo nuestro.

“Amar a Dios y amar al prójimo”, dice Jesús que es el resumen de toda la ley y los profetas.

Y más adelante dice: “Ámense unos a otros como Yo les he amado. En eso conocerán que son discípulos míos”.

Todo está muy resumido y muy claro. Si vamos a misa, si nos alimentamos con la comunión, si leemos con unción la Palabra, si oramos en secreto, todo eso y todo lo demás tiene un solo fin: recibir el don de amar.

La pregunta de hoy
¿Cómo puedo yo amar a una persona si lo que siento por ella es rechazo?
Si usted ama a quien le simpatiza o le cae bien, esto es amor natural, amor humano. Igual que si usted ama a “los suyos”, a sus amigos, a “sus” hijos. Eso lo hacen también los animales: una gallina defiende a sus pollitos y un pingu¨ino protege a sus cachorros.

El amor cristiano supera ese amor espontáneo.

Es un don de Dios. Es sobrenatural.

Con ese don se puede sentir aversión por una persona (por un enemigo, por ejemplo) y aún así no hacerle daño, no juzgarlo ni condenarlo, y en cambio puede tratar uno a los demás con la medida con la que uno mismo quiere ser tratado (ver Lucas 6, 27-38).

El samaritano es Jesús, usted y yo somos el hombre herido.

En su compasión por nosotros se manifiesta y se realiza el gran amor de Dios por usted y por mí.

Él es quien nos concede el don de amar sin que el otro se lo merezca y a cambio de nada.

Y una persona es feliz, exactamente en la medida en que reciba este don.

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