Ella nunca imaginó que un vaso de aluminio contenía el “ácido del diablo” que desgarraría su vida. Se dispersó por todo su cuerpo dejándole marcas imborrables.
Un solo chorro fue suficiente para llenar a Ana Miriam Núñez de sufrimientos.
“La vida continúa”. Es la frase que articulan sus labios quemados al resignarse a su desgracia. El espejo es su peor compañía, ya que le recuerda “una mala jugada del destino”, como ella misma expresa mientras intenta mantener colocado en su cara un paño de color anaranjado, para no verse tan mal, y sus lágrimas corrían por cicatrices y llagas.
Vive en un “ranchito” del sector Gualey, en donde la pobreza exhibe su peor cara.
La mitad del rostro de aquella mujer de piel morena luce desfigurado, con labios arrugados y un ojo arrancado desde la raíz. Parte de su cabellera no crece. Las escalofriantes quemaduras que presenta el 70 por ciento de su cuerpo imposibilitan detener la mirada en su rostro.
Las ganas de vivir y su resignación ante su destino logran que esta mujer de 35 años exprese que “hay personas peores que yo”. También se vale del dicho “mientras hay vida hay esperanza”, en tanto que su hija Lorena, de 14 años, no dice nada; sólo contempla con mirada perdida el comején que corroe las tablas de su vivienda.
Ni siquiera la inocencia hace que su pequeño hijo se mantenga indiferente ante el aspecto de su progenitora.
El niño siente miedo de su madre. “No vive conmigo, por eso me rechaza”, indicó con desaliento. Ana Miriam vive con tres de sus cuatro hijos: Lorena de 14, Joan de 11, y Eleini, de 10 años.
Cuenta que no recibe ninguna ayuda económica y para mantener a sus vástagos tiene que pedir en las calles, pero el sol y el dolor de las cicatrices no le permiten mucho. “El mes pasado para comprar los útiles escolares tuve que esforzarme demasiado, pedía casi a toda hora”, explicó. Una sonrisa también tuvo espacio para escapar del destino desgraciado de Ana Miriam, mientras explicaba que en el barrio era mejor conocida como “La Gorda”.
Explicó que su hija menor discutió con una sobrina de la agresora, lo que desencadenó en una pelea entre las adultas. “Pasaron dos semanas y yo pensaba que todo había pasado, pero no fue así”, agregó con lamento.
Yudelka, quien guarda prisión y cumple una condena de 10 años, llegó al patio de la víctima con un vaso en la mano. Ana Miriam le preguntó por el contenido del envase y ésta le respondió que se trataba de un té, estrategia que le permitió acercarse a su víctima y rociarle el “ácido del diablo”.
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