Igual que una anciana en la parte baja de la ciudad cuyo brazo extendido condensa toda la miseria de un pueblo: el polvo impregnado en su cuerpo cadavérico; el dolor contenido de un año aciago. Igual que los niños que van a la escuela: los rostros de una alegría remota.
Igual que la gente que anda en la calle: como si nada hubiera pasado. Como en el poema de Vicente Huidobro, Haití es un reloj que perdió sus horas.
“Quisiera irme de aquí, pero no tengo adónde”, dice Mervil Edeline, de 28 años, sentada con su bebé, protegiéndola del sol en una de las pequeñas calles en el Campo de Golf de Petion-Ville, el lugar donde permanecen todavía 60,000 damnificados.
Es el campamento más grande de la ciudad y el colmo de las paradojas: A la entrada, una enorme reja se abre como un sello de la ostentosa clase alta haitiana.
Un par de kilómetros más abajo, por un camino de tierra, miles de refugiados pobres conviven en una ciudad dentro de otra.
“Mi casa se cayó y lo perdí todo. Sólo me queda esperar”, dice Edeline a LISTÍN DIARIO.
Mervil Edeline, Nadege Tinelien, Yves Royal, Caricia Louivil, Roland Joseph son nombres que nadie conoce, gente que sobrevive como puede y que se acomoda a las circunstancias un año después del devastador terremoto que hundió al pueblo de Haití en la peor desventura, que causó 222,570 muertos, que hirió a 300,000 personas y que dejó un millón trescientos mil damnificados, casi el 15% de toda la población haitiana.
La Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH) dice que los daños causados por el sismo del 12 de enero se estiman en 7,900 millones de dólares, un poco más del 120 por ciento del PIB del 2009.
Fue la primera vez que el costo de un desastre es tan elevado con relación a la economía del país, según el organismo que desde mediados de agosto es el encargado de administrar la recuperación nacional.
Según la CIRH, la destrucción de la infraestructura fue colosal: Los daños ascendieron a 5,500 millones de dólares en el sector privado y a 2,400 millones en el sector público. El valor de los activos físicos destruidos, incluido el número de viviendas, escuelas, hospitales, edificios, carreteras, puentes, puertos y aeropuertos se estima en 4,300 millones de dólares.
Además, cerca de 105,000 viviendas fueron totalmente destruidas y más de 208,000 sufrieron daños. Más de 1,300 instituciones educativas y más de 50 hospitales y centros de salud colapsaron o quedaron inutilizables.
Son números que la gente común desconoce y a la que quizá ni siquiera le dice algo, pero en el gobierno, en los organismos internacionales y en las ONG, es de todo lo que se habla, igual que de la demora en la recuperación.
“Mientras los haitianos se preparan para el primer aniversario del terremoto, cerca de un millón de personas aún permanecen desplazadas.
Menos de un 5 por ciento de los escombros han sido retirados, sólo un 15 por ciento de las casas temporales que se necesitan han sido construidas y se han construido relativamente pocas instalaciones permanentes de sanidad y agua”, dijo la semana pasada en un informe la organización Oxfam, una de las que cuenta con mayor presencia en el país.
Cuando LISTÍN DIARIO intentó abordar el tema con Marie Laurence Joceline Lassegue, portavoz del gobierno y ministra de Comunicación, la funcionaria dijo que el más indicado para hablar era Jean Max Bellerive, el primer ministro que ya ha criticado la demora en el flujo de recursos ofrecidos por la comunidad internacional y los pocos fondos con los que cuenta el Estado frente a los millones de dólares que manejan las organizaciones no gubernamentales.
Ante la ausencia de Bellerive, LISTÍN DIARIO visitó a su jefe de gabinete, Hervey Day, pero éste dijo que no estaba autorizado a dar declaraciones, y la consejera principal de la Comisión para la Reconstrucción de Haití, Priscilla Phelps, también contactada por LISTÍN DIARIO, no pudo responder a un cuestionario porque sufrió un accidente en Washington.
El informe de Oxfam se puede constatar en toda la ciudad, pero el gobierno haitiano, por sí solo, no tiene la capacidad suficiente para impulsar la recuperación del país.
En la parte baja de Puerto Príncipe, donde se produjo parte de los principales daños, los escombros han sido retirados del Palacio Nacional y de otras dependencias estatales, pero las ruinas siguen en el mismo lugar casi como postales para turistas.
No es broma. Los extranjeros que llegan de vacaciones a Cabo Haitiano (Norte), o a Jacmel (Sur), piden una vuelta por Puerto Príncipe.
Se retratan con los pobres. Más cerca del puerto, entre Champs de Mars y la avenida Bicentenaire, máquinas pesadas han podido limpiar algunas manzanas enteras, pero la mayoría de la destrucción, como en los barrios pobres de las laderas en Petion-Ville, o en las planicies de Cité-Soleil o Carrefour, se mantiene como hace un año.
La Comisión para la Reconstrucción de Haití dice que en sus cuatro primeras reuniones de consejo aprobó 66 proyectos (algunos de los cuales no tienen fondos asignados), con un presupuesto global de 2,755.5 millones de dólares.
A lo largo del 2010, la comunidad internacional, encabezada por EEUU, Canadá y Francia, los principales donantes de Haití, además de otros países y organismos internacionales y financieros, se reunieron cuatro veces y comprometieron una ayuda de 11,000 millones de dólares para una década.
En agosto, sin embargo, la ONU dijo que Haití apenas había recibido 1,600 millones de dólares de los 5,300 millones que debían desembolsarse en los primeros 18 meses desde la cumbre que se celebró el 31 de marzo en Nueva York.
Dos meses después, el gobierno haitiano confirmó las primeras 49 muertes por un brote de cólera en el norte y el este del país y que rápidamente se propagó a otras regiones y a la propia capital. Tras de cuernos, palos. “No han hecho nada por nosotros”, dice a LISTÍN DIARIO Peterson Jeantimo, otro joven refugiado en el campamento más grande de Puerto Príncipe, de los más de 1,000 repartidos aún en la capital y en las ciudades afectadas.
“Voté por (Jude) Celestin (el candidato del gobierno) porque trabajaba con él, pero yo quiero a (Michel) Martelly (que quedó fuera de la segunda vuelta)”, agrega Jeantimo, para referirse a lo que todos comentan en estos días. A la terrible situación actual se suma la crisis política y la gran cuota de violencia e inestabilidad que ésta genera.
Así están las cosas en Haití un año después del terremoto. Frente al Palacio Nacional, el Ministerio de Comercio es una ruina diferente nada más por la ausencia de cadáveres.
En la avenida Panamericana, en Petion-Ville, unas carpas abandonadas de Unicef están en el lugar donde había una clínica para niños, los 250 que murieron aplastados esa tarde. Y un letrero en francés: “Nuestros pequeños hermanos y hermanas”.
Cerca de allí, una cerca rodea el lugar donde estaba la iglesia Santa Teresa, en la calle Lambert, donde para muchos empezó todo: El minuto interminable, el pánico, el manto de polvo sobre una ciudad sorprendida por la muerte silenciosa e inesperada. El caos.
El dolor de miles de personas y, cada tanto, su lamento subiendo como por una sola garganta en las siguientes horas.
En el principal campamento de Puerto Príncipe, entre el laberinto de sus calles, ya hay varias escuelas –una de ellas se llama “La Esperanza” –, postas médicas y hasta un mercado. De la iglesia baptista, los muchachos que cantan en ese momento repiten un coro en creole difícil de creer: “Me voy de aquí”, dice, “Me voy”.
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