Con esa frase, el pastor Juan Alcántara comienza a relatar la forma en que el piloto del helicóptero del presidente del PRD, Miguel Vargas Maldonado, accidentado el pasado domingo en el paraje Amor de Dios, de Yamasá, trataba de controlar la aeronave, a muy poca distancia del techo de su casa.
Eran las 7:20 de la mañana. Alcántara dormía en su casa junto a su esposa, sus seis hijos, una sobrina y un nuero.
El ruido que hacía el aparato lo despertó. Salió de la casa y vio que el helicóptero pasaba rozando muy próximo a su vivienda, yendo de un lado a otro, mientras el piloto intentaba mantener el control, que finalmente no logró. Alcántara se iba a sentar en un mueble en el patio de la casa cuando de repente ve que nuevamente el aparato reaparece con un mal sonido.
“Cuando pasó para allá yo lo vi, iba fallando, iba de aquí a la calle, de ahí torcía para acá, subía un poquito, pero cuando subía hacía ru, ru... fue como una alarma en la mañana”, narra Alcántara. La aeronave se estrelló contra dos matas, una de mango y otra de palma, las cuales partió en dos, de la misma forma en que quedó el helicóptero.
Cayó a una distancia de alrededor de 25 metros de la humilde vivienda, construida de madera y zinc, en medio de una finca propiedad del señor Aníbal Montás, en un sector llamado “Los Montás”.
“Iba a caer en mi casa, me sorprendió, cuando vi que el helicóptero bajó ahí (casi al techo), no pude llamar a nadie, duró como 30 segundos y la nave echó para allá, no me daba tiempo ni a despertar a nadie, sabía que podía correr para algún lado, pero fue tan grande ese sonidoÖ, me quede sembrado”, relató.
Sus hijos se levantaron. Las hembras comenzaron a llorar, porque fueron despertadas con el impacto. Cuando salieron y miraron, se agarraron de las manos. “Dios nos ha librado”, exclamaron. La aeronave cayó en el área de un conuquito con el que el señor Alcántara mantiene su familia, que le facilitó el propietario, al igual que la casa, donde vive desde hace 12 años.
Elizabet Pérez, la esposa de Alcántara, comentó que cuando salió afuera, observó una escena que solamente ha visto en película.
Estaba acostumbrada a ver esos equipos volando por las proximidades del aeropuerto El Higüero, pero nunca tan cerca de su casa.
“Sentí pánico, eso estaba volando allá arriba de la casa, yo estaba desesperada”, recuerda con espanto, mientras da gracias a Dios porque no le ocurrió una tragedia a su familia. Cuando cayó el aparato, las personas comenzaron a llegar hasta sin camisa al lugar, porque ya habían notado que la aeronave presentaba problemas.
Alcántara no quería acercarse por temor a que se incendiara. Fue en ese momento cuando su hijo, Obed, desconectó el sistema eléctrico.
El joven conocía a los pilotos. Es encargado del hangar (lugar usado para guardar aeronaves) en una compañía privada de aviones en el aeropuerto El Higüero y tiene experiencia en aviación. Hace dos meses que estudia aviación en el Instituto de Formación de Piloto de Avión (Inafotep), aunque confiesa que sus conocimientos los adquirió en la empresa donde labora.
“Por el impacto, el helicóptero se apagó, pero quedaba la corriente eléctrica, la apagué”. Su experiencia evitó que la aeronave pudiera explotar y provocara más daños no sólo a los pilotos, sino también a su familia. Procedieron a socorrer a los heridos, al piloto coronel Osvaldo Pérez Féliz, y al copiloto mayor Mario Rivas.
“Sacamos al primero (copiloto), inconsciente, el segundo, (el piloto) se quejaba, preguntaba, dónde estoy, qué ha pasado”, narró Alcántara.
Lo sentaron en una silla y el piloto llamó a un familiar.
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