“Es verdad”, contestó D.J., “pero en la conferencia me voy a mezclar con mucha gente importante...”.
Y así fue como D.J. fue a un acto y su amigo al otro, cada uno movido por una fuerza diferente.
Uno por el deseo de disfrutar, y el otro por el de ser importante. ¿Cuál de las dos invitaciones hubiéramos honrado usted y yo...? ¿Qué nos interesa más: pasarla bien, o ser importantes? Haciendo un punto y aparte, yo no sé si usted recuerda con qué ilusión esperábamos de niños la llegada del niño Jesús, de los Reyes o de Santa Claus. Desde días o semanas antes estábamos luchando por “portarnos bien” para que “nos pusieran”, y nuestra felicidad cuando llegaba el día dependía de si nos habían dejado algo o no. ¿No es cierto? Pues mire, hay mucha gente que sin darse cuenta, ha hecho depender ahora su felicidad de otros tres reyes: el darse gusto: Rey Placer; el tener el mando: Rey Poder; y el darse importancia: Rey Prestigio.
Y resulta que contrariamente a los reyes de los niños (que traían regalos), los tres reyes de los adultos -Placer, Poder y Prestigio- producen adicción y dependencia, convirtiendo a sus seguidores en esclavos.
Creo que usted conocerá muchos esclavos de alguno de estos “reyes”.
Pero olvidémonos de los demás y pensemos en nosotros.
¿Cuál de los tres reyes me mueve más a mí? ¿Alguno de los tres me domina de tal modo que no puedo ser feliz si no lo tengo...? Pongamos por ejemplo el tercero: ¿Acaso depende mi felicidad de que los demás me elogien, me aprueben, me feliciten o me hagan “merecidos reconocimientos”? Si sólo me siento feliz de esta forma seré sin duda un “prestigiólico o prestigioadicto”, y ese “rey” ordenará mi vida.
En Lucas 4,1-13 aparece el Señor siendo claramente tentado a rendirse ante cada uno de esos tres reyes, y en ese mismo orden.
Pienso, hasta con algo de miedo, que si el Señor se hubiera ablandado y hubiera cedido ante cualquiera de ellos, no existiría hoy para mí la capacidad de amar, ni de perdonar, ni de encontrar un sentido trascendente a mi vida presente, ni de ser libre de escoger el único camino que me dará la auténtica felicidad.
Y yo me atrevo a agregarle hoy: “Y también, Señor, eres el único camino que tiene sentido, el único que conduce a la Alegría, a la Paz y a la Libertad”.
Ciertamente, ¿de qué nos serviría correr como esclavos detrás del placer, del poder o del prestigio si no tenemos paz ni alegría interior, y acabamos sintiéndonos mal con nosotros mismos...? Le digo la verdad: las únicas personas auténticamente felices que conozco son las que han elegido a Jesucristo como su amigo y su Señor. Ellas están siendo conducidas por el Espíritu Santo, y el amor es el motor de sus vidas.
Hoy entiendo mejor que nunca sus palabras. “¿De qué le sirve a un hombre ganarse el mundo entero si se pierde a sí mismo?”.
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