El autobús que esperaba Tallia Sherman en su parada habitual, en el barrio del Upper East Side de Manhattan, estaba allí... pero bloqueado en medio de la calzada, casi tapado por la cantidad de nieve que había y con las luces de emergencia activadas por la impotencia.
“Hace 10 minutos que estoy mirando el bus, pero no se ha movido”, contó Tallia, de 22 años, que trabaja en la otra punta de Manhattan. “Es de locos. Soy de Arizona y allí no nieva nunca.
Ahora, estoy escribiendo un mensaje de texto a mi jefe”, explicó esta chica. La parada de autobús está sepultada por la nieve, que medio esconde un anuncio con los números de teléfono habilitados para que los ciudadanos puedan informarse sobre la situación del transporte público.
Al menos, Sherman no ha tenido que empujar el autobús como otro neoyorquino, que intentaba ayudar al taxi que le dejó en su hogar pero ya no pudo seguir, empantanado en la nieve.
Pero la tormenta no sólo ha perjudicado a los ciudadanos: mientras personas de avanzada edad caminaban con prudencia sobre los trozos de acera despejados frente a las viviendas -que tienen la responsabilidad de limpiarlos-, un grupo de niños con los mofletes rojos jugueteaba en la nieve.
La mayoría de quiosquos de periódicos y de puestos de fruta, que siempre abren, han permanecido esta vez cerrados, aunque algunos comerciantes han desafiado la adversidad climatológica.
“La nieve lleva a la gente a refugiarse aquí y quieren comer. Otros no pueden permanecer más tiempo encerrados y necesitan salir”, dijo David Chiong, propietario de Cacabel Taqueria, un puesto que ofrece comida mexicana picante para llevar o para comer en el mismo lugar.
Chiong ha dado el día libre a los empleados que viven lejos, pero no duda en enviar su pequeño ejército de repartidores que asaltan las calles blancas en bicicleta.
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